Madrid y el silencio

Todos los que vivimos en una gran ciudad nos ponemos de acuerdo en especificar que cuando mejor se está y mejor se vive coincide con dos épocas del año: Semana Santa y el mes de Agosto. Existen comentarios y conversaciones al respecto, pero todo el que permanece en la gran ciudad en esas dos épocas, siempre habla de lo que se disfruta de la ciudad; en especial del silencio y de la ausencia de tráfico.

Yo, personalmente, voy a hablar de Madrid, mi ciudad. Tengo la experiencia de pasar toda la Semana Santa en mi gran ciudad desde hace mucho años y tengo esa experiencia de silencio de la que hablo. Pero... ¿Existe el silencio en Madrid en algún otro momento?

Hortaleza

Mi barrio es HORTALEZA, un antiguo pueblo cercano a Madrid, hace años invadido y devorado por la gran ciudad y convertido en uno de los barrios de la zona Nordeste de la ciudad. Antaño, existía una barrera natural; un enorme, gigantesco y enorme pinar, donde incluso la gente acudía con sus caravanas y tiendas de campaña en los meses de verano, a pasar las vacaciones.

Restos del Pinar de Chamartín

El primer ataque urbanita a aquel paisaje natural fue el conocido proyecto llamado "Ciudad Lineal" y la contrucción de la avenida que hoy lleva el nombre del fundador de aquel proyecto: Arturo Soria. Un sueño que pretendía ser algo parecido a la hoy famosa "M-30" o "Calle 30", que fue en realidad quien borró prácticamente del mapa aquel pinar. Por mucho que hoy exista una estación de metro llamada "Pinar de Chamartín", es difícil encontrar dicho pinar; que se ha convertido en algunos pinos solitarios por la zona y algún que otro pequeño parque que conserva una gran densidad de los mismos.

Existe el silencio

Esta mañana de Domingo me he levantado a las siete de la mañana y después de desayunar, no me apetecía ver la televisión ni sentarme a cotillear en el ordenador. Después de varios cafés y disfrutar del silencio de la casa, que era realmente relajante e invitaba a no hacer nada, he sentido el impulso de salir a la calle a pasear -cosa no muy común en mí, ni muy apetecible, pues mi casa está en lo alto de un cerro y significa que allá donde vayas, caminas hacia abajo, y claro, luego hay que volver a subir-.

A las nueve de la mañana he comprobado que estábamos cerca de -2º de temperatura, por lo que al vestirme, he cogido bufanda y gorro, unas buenas playeras y he salido a la calle con la intención de hacer un pequeño paseo de media hora para no cansarme demasiado.

La primera impresión ha sido la del silencio y la quietud; ni siquiera se escuchaba a los pájaros cantar. Ni un coche, ni una persona; la calle vacía y solitaria; la verdad, no parecía una ciudad; ni siquiera parecía mi barrio, que a esas horas en un día normal y a pesar de vivir en una estrecha calle de un solo sentido, el tráfico es abundante, pues es la calle que une Hortaleza con el nudo de Arturo Soria y la M-30. A las nueve de la mañana, en un día cualquiera, mi calle son coches, camiones de reparto, gente que sube y baja caminando por las aceras; en fin, lo normal de una gran ciudad. Pero esta mañana el silencio era verdadero silencio: relajante, anti estrés, ideal para meditar y lleno de paz.

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